Si se pretendiese cosificar al silencio, dándole propiedades concretas y casi palpables, como una manzana o los avioncitos armables de hule espuma que Jaime solía comprar fuera de la escuela, para después dejarlos volar desde la azotea de su edificio de doce vidas, aviones que nunca se preocupaba por ver en dónde aterrizarían; uno podría decir sin remordimiento: qué cosa tan complicada es el silencio. Pero cada paso, balanceándose por la vía del tren, le reafirma que eso definido pobremente como la ausencia de sonido, va más allá de una manzana o un avioncito de hule espuma perdido en un vuelo eterno desde una treceava vida.
El espacio entre dos cuerpos deseosos de tocarse. Pero Jaime se balancea con un aire que se le antoja fatalista. El espacio entre dos cuerpos deseosos de tocarse que nunca llegarán a hacerlo. Un paso firme y bien pisado frente al anterior. De un cuerpo deseando tocar a otro que nunca querrá hacerlo. Los brazos abiertos como alas tambaleantes. Un cuerpo arrojado al total oscuro, extendiendo las manos sin saber a qué, sabiendo que ese qué no existe. Cae del riel. En silencio piensa: qué... complicado es el silencio.
La soga, otro buen ejemplo. Si la Real Academia se dejara de pendejadas y en realidad quisiera definirlo, la soga debería definitivamente estar ahí, y los cuerpos distantes, las arañas en los oídos y en el pecho seguro también. Ya lo veo: silencio (Del lat. Silentium): Obsesión que presiona el cráneo en un dolor de derrota e ignorancia sobre la causa del mismo, dando pie a todo tipo de suposiciones. El silencio exponencial, todo calla cuando termina, así de golpe, paf! y ya no hay nada. Véase también: arañas en los oídos y en el pecho. Ahora, si a esas vamos todas las palabras deberían redefinirse, dándoles el lugar que se han ganado. El diccionario: poema interminable.
Le gusta esa última idea; merece, al menos, un cigarro.
Hay algo en las personas melancólicas que revela su tristeza en actos más sutiles que un burdo llanto o una cara de vela derretida, una característica de inmersión en todo el uno mismo a quien precisamente se quiere evitar, el yo doliente y nostálgico, ese yo arrojado -siempre arrojado- a un cuarto de espejos opacos, en donde no se sabe si es el reflejo quien se esconde de la persona frente de éste o viceversa. Jaime saca un cigarro, pero no lo enciende. Lo sostiene apenas con la punta de sus dedos y lentamente lo gira, lo observa. ¿Me darás tú algo de sosiego? Pero el cigarro calla. Mierda, ahora ya no te quiero. ¿Por qué es necesario destruirte para que puedas llegar a ser lo que un cigarro supone? Es aún más violento, te incinero despacio, y mientras yo me voy llenando tú desapareces. Triste vida de un cigarro. Ah, que más da. Aún no hay respuesta. Enciende un cerillo y quema el tabaco. El humo sale lento, le envuelve el rostro. En la oscuridad, el tabaco encendido es el único reconocimiento de la presencia de Jaime en las vías.
Siempre has sido un loco. Jaime se vuelve, ella viene llegando detrás, también balanceándose por el riel [...]
Llegan hasta el puente sin caer del riel. El río lleva pedazos de luna en cada ola, reflejándose en sus pupilas que reflejan a uno frente al otro. Todos somos olas. ¿Qué dices, Jaime? Nada, que somos olas, no importa. Se sientan en el borde de ese puente viejo.
Sabes, nunca entendí por qué callaste. No lo hagas, Jaime. Y se acerca, cálida, a besarlo, sonríe, quiere que él lo haga también. Eras tan real, podía delinearte, mirarte, seguro de una respuesta, cualquier gesto me reafirmaba: aquí estamos. Desliza sus manos desde las mejillas hasta los nudillos de Jaime; un escalofrío lo hace separarlas. No, Jaime, no lo... Pero todo iba mejorando, tú me lo decías, ya te quiero me decías, ahora sí ya te quiero. Ella muerde sus labios, desentierra una aguja del suelo y lo mira con todo el peso de un fracaso. No, Julieta, tu silencio me arrolló, me dejó comatoso, quería odiarte. Lo escucha con la mirada gacha mientras intenta atinar un hilo en el hoyo de la aguja. Tu silencio abarcó todo lugar, como un plasma denso, y yo sólo batallando por moverme entre todas esas palabras no dichas, esas jodidas ausencias. Finalmente, atina introducir el hilo. No me podía mover. Estira la hebra al tiempo que eleva la aguja a la altura de su boca. Hasta en mi pinche cabeza, silencio. Jaime, con los ojos queriendo ahogarse en el agua. Ni siquiera dijiste adiós. Cuando vuelve la vista, Julieta ya ha comenzado. El primer piquete se introduce por el labio inferior, cuesta trabajo, la piel se estira hasta ponerse blanca, luego como un globo se contrae y la aguja pasa por completo. Los demás son más fáciles, como romper la tensión del agua. No, espera, todavía no. Pero ella ya no habla, en cada perforación aprieta los labios y los ojos, dejando salir algunas lágrimas y gotas de sangre. Jaime también llora. Julieta calidoscópica. Luego seca sus ojos para verla bien. ¡Todavía no chingado, no he terminado! Hilos de sangre escurren por su cuello, Jaime procura limpiarlos pero ella retrocede, ha terminado. Regresan los bichos en el pecho, presionando por dentro y robándose su aire. El sabe que no logrará nada más, al menos no esta vez. Le ata la soga alrededor, como una serpiente gentil sube hasta sus hombros donde descansa su extremo en un nudo. Julieta sonríe hasta donde le permite el tejido. Aborrece el bordado en punto de cruz, pues concede menos elongación a la boca. La besa sobre las cruces y se levanta. Parado sobre el riel, balancéandose de nuevo, escucha un golpe en el agua. ¿Habría sido más alto que las doce vidas de su edificio? De cualquier manera no se preocupa por ver en dónde aterriza el avioncito. Luego, silencio.
Manteniendo el equilibrio, Jaime inhala el aire de toda la Tierra, quiere ser uno, quiere ser múltiple. Algún día, algún día volverás a hablar. Julieta la muda, pinche Julieta, la que no dijo adiós. Y se queda ahí parado, esperando enraizarse como la maleza que lo rodea. Quizás hoy escuchará al rugido del tren desplazando el silencio; cada segundo más cerca, más ensordecedor y menos silencio; sin luz frontal, sin humo expulsado, sólo el grito de la máquina y la ausencia de silencio; el tren acercándose, Jaime parado y después, nada, silencio.