24.3.10

La Vírgen María y Jesús ensangrentado a sus pies. El apóstol Juan al costado.


Nunca me he considerado un artista de técnica, ni siquiera de fórmula; los trazos correctos y limpios se me escapan, las palabras exactas generalmente vienen sustituidas por una sobreexplotación de adjetivos, la coordinación musical ni se diga, vamos ¿cómo carajos puede uno tocar y cantar al mismo tiempo? Creo que he aceptado, casi caprichosamente, estos hechos. Sin embargo hay algo en mí que me sigue empujando, como una suerte de necesidad primera, a crear formas de arte, o al menos encontrarlas en construcciones aleatorias, despojos del paso violento por mi mundo inmediato. Arte chatarra.

Recién terminé de darme una ducha; mi baño es pequeño, costras de moho en las coyunturas que se hacen exponencialmente más grandes cada día y resquicios de jabón y pasta de dientes en el lavabo son lo más cercano a algún elemento acogedor ahí. Aun así, la pared blanca frente a mí resulta un excelente lienzo para la serie en la que estoy trabajando desde hace unos meses ya. Debo decir que mi cabello es largo y por lo tanto se desprende en cantidades masivas; como yo lo veo, es una pena dejar que todo ese cabello se pierda en el desagüe, así que comencé a utilizarlo como equivalente de trazos pincelados, después de todo la fineza del grosor del cabello es difícilmente imitada por el lápiz sin que el pulso de la mano entre en juego. Cada vez que me ducho rescato la maraña que cae de mi cabeza y le doy forma en el azulejo frente a mí. La idea es simple: yo no puedo tener ninguna preconcepción de lo que quiero que sea la imagen final, mi única labor es la de intermediario entre el cabello mojado y su lienzo. Cuando termino de ducharme ha surgido una imagen vaporosa y húmeda que me sorprende cada vez. Una fiesta de cóctel de los cincuentas, una pareja bailando tango, un harem a punto de reventar, o el rostro doloroso de una mujer que no puede ocultar su desnudez. Antes de que el cabello se seque y caiga al suelo le tomo una fotografía y lo agrego a mi colección.

Sí, mi arte es simple, accidentado y de casualidad, pero me gusta.


2.3.10

Estética de la Travesura # 1

Algunas gracias están en repetir el estereotipo, mantenerse con lo que funciona, ¿por qué innovar? Si toda invención acarrea sus riesgos y en estas situaciones particularmente traviesas el riesgo puede ser catastrófico, pues el niño que falla en la ejecución de su travesura se convierte ineluctablemente en víctima directa de ésta. Por eso a veces es mejor ir a la segura y triunfar en la repetición.

El niño camina escurridizo entre sus demás compañeros –que juegan en el parque o, mejor, en el patio de recreo-, furtivo y quizá más lento de lo normal, piénsese en puntillas y con la cabeza gacha. Sus ojos muestran alerta, mas su boca delata una sonrisa. Encuentra su objetivo, aunque siempre supo a quién buscaba, quizá otro niño más pequeño que él, de andar solitario e intenciones ingenuas; el travieso, en cambio, mantiene a la expectativa al resto de su grupo que ahora lo miran con embelesamiento. Un héroe sin villano.

El encanto del travieso está en la candidez de la totalidad de sus movimientos. Se acerca por detrás (siempre por detrás) y justo antes de dar el coup de grâce, se asegura que ahora sí todos los ojos estén en él, lo corrobora con una sonrisa de aprobación, indicadora de seguir adelante. La pobre víctima nunca lo vio venir, ahora tiene los pantalones bajados hasta los tobillos, su cara, si bien más arrebolada, permanece ingenua y su andar, sobra decirlo, solitario. Nadie se preocupa por los motivos de la obra pues todo fue ejecutado a la perfección. Si la risa es el alimento del alma, la burla es su droga; así, mientras todos se burlen no existe un acto moral, sino puramente estético. Todo objeto de burla es bello en sí mismo durante el periodo de su duración. Alegría incuestionable hasta que la travesura termina, se diluyen las imágenes y se muestra entonces a un niño del que tal vez alguno que otro burlón comience a sentir lástima.

La Nostalgia y el Olvido



La violencia y el aullido.
La cadencia y el gemido.
La carencia y el mendigo.
La tendencia y el respiro.
La impotencia y el sonido.
La incongruencia y el vestigio.
La apariencia y el sentido.
La distancia y el suspiro.
La constancia y el zumbido.
La venganza y el destino.
La esperanza y el fallido.
La torpeza y el fluido.
La franqueza y el oído.
La flaqueza y el despido.
La maleza y el descuido.
La pereza y el hastío.
La nostalgia y el olvido.