Si diviso una nube
debo emprender el vuelo…
Oliverio Girondo
Solíamos andar de noche,
como manada de lobos esteparios buscando tierras nuevas.
La ciudad nunca fue nuestra,
la rechazamos antes de convertirnos en piedra.
Así buscábamos un piso ajeno al concreto
en donde sí pudiéramos sembrarnos
al menos hasta los tobillos.
Somos de la tierra, de las olas,
hijos del maíz y el tinto,
bohemios rancheros,
poetas del mariachi y el danzón,
brindamos con cerveza sin limón
y cada noche es nuestra última cena.
Cuando una ola se aleja nosotros la traemos de vuelta
y si una gaviota vuela bajo volamos con ella.
La espuma del mar se nos adhiere a la sangre,
somos de la arena y nos lleva el viento.
Éramos nómadas de todo lugar abarrotado,
huíamos también de nosotros mismos,
intentando encontrarnos en nosotros mismos.
El cuerpo era la única tierra firme,
donde nos sentíamos, nos tocábamos, nos besábamos
como ciegos tratando de armar el mundo
como niños naciendo a cada instante
llevándonos piedras a la boca, corcholatas
y uno que otro labio.
Con el tiempo las noches se expandieron,
quitándole horas al día.
Poco a poco el sol se transformó,
daba la misma luz e igual nos quemaba las espaldas,
nunca pudimos verlo a los ojos,
ni taparlo con un dedo; pero cambió
hasta convertirse en luna:
Sólo nosotros lo sabíamos.